19 de mayo de 2015

Ensayo Sobre la Ceguera Mexicana. O de a dónde vamos a parar.




Por @engentada.



Soy músico. No músico de ésos que han practicado durante horas el repertorio completo de héroes del silencio en la guitarra o los que se sacan las de Leo Dan del cancionero popular. Quiero decir músico "de escuela". Me pasé mi infancia practicando escalas en la guitarra asesorada por mi padre, de academia en academia, hasta que ingresé a la facultad de Bellas Artes.
Si hay algo que recuerdo de las clases en la licenciatura es lo que nos dijo uno de mis profesores en primer semestre: "si ustedes son melómanos, déjenme decirles una cosa: escogieron la carrera equivocada". Luego de unas cuantas miradas preocupadas de nuestra parte, continuó: "cualquier música que ustedes aprecien, luego de estudiar aquí, va a pasar por un análisis muy duro por parte suya, y muchas de sus canciones favoritas dejarán de serlo. Uno se convierte en músico 24/7". Tenía toda la razón.
No se imaginan lo difícil que es para mí, años después de las lecciones de la facultad, soportar un viaje en autobús. Los Tigres del Norte, Juanga, Paquita, Luismi, cuartas aumentadas, cadencias rotas, variación de ritmo, hemiola, modulación, modo lidio. Comprendo que la salsa, la cumbia o la bachata tengan su propia dificultad técnica. La mayoría de las cosas la tienen. Pero a pesar de eso no es posible que superen un análisis riguroso de mi parte, que además de músico soy lirista.
No es posible que yo pueda aprobar los mensajes de el reggaetón, la bachata o, por ejemplo, éste fenómeno musical (adefesio musical, yo diría) que ha agarrado fuerza a lo largo de las últimas dos décadas: el corrido.
En mis primeros años de vida, para mí el corrido representaba la huasteca potosina, y era una competencia de ingenio en rima a veces muy cargado de contenido social y político. Cuando me volví gregaria en prepa, sin embargo, me encontré con que muchas compañeras y amigas escuchaban género norteño que ya comenzaba a variar hacia el corrido, y también estaba empezando a sonar un fuerte problema en cuanto al narcotráfico. No estoy diciendo que no existiera desde antes, solo hago notar el hecho de cómo empezaba a permear poco a poco el entorno de principios de la década del 2000. Sobra decir que sí, discriminé muy duramente a la gente por sus gustos musicales. Al respecto fui implacable e inflexible.
Los años pasaron y hoy ya no me sorprende que suceda lo que me acaba de pasar en el autobús. En los asientos del fondo, dos niñas en edad de primaria y de aspecto de malas condiciones económicas traían un smartphone en sus manos, sin audífonos, con una balada norteña a todo volumen. Ya no se nos hace raro. Pero sí se nos hace raro que cinco adolescentes de 15 y 13 años maten a un niñito de seis por estar "jugando al secuestro" y lo entierren en una bolsa de plástico con un animal muerto encima para disimular. Eso sí nos causa escozor y de eso sí nos quejamos, cuando en realidad a la mayoría de la gente que he visto en redes sociales y en páginas de noticias quejándose al respecto muy probablemente, por estadística, consuman productos relacionados con la realidad del narcotráfico. "Estás exagerando", díganme, por favor, "no entiendo la relación entre ésas dos cosas, es solamente música".
Imaginen lo que está pasando a nivel social, a escalas mundiales. Basta con ver lo que sucede con las películas de súper héroes que tienen tanto éxito en el cine. Son exitosas porque la gente quiere ver el lado humano de un poderoso. El lado humano, corrompible y dubitativo de alguien que siempre lucha para defender la justicia y las buenas causas. Pero no solo es que queramos sentirnos más identificados con nuestra utopía. En realidad, en el fondo, les estamos quitando su poder. Les estamos deslavando la razón que en un principio nos atrajo de esa clase de figuras; estamos esperando verlos vencidos, desilusionados y cansados, al igual que todos nosotros, desencantados con nuestro supuesto poder como sociedad. Y al mismo tiempo, a nivel local, somos testigos de la figura engrandecida por su propio entorno: el antagonista elevado a nivel de ídolo, casi como una deidad o un mesías de la religión con más adeptos del mundo: el culto al dinero, el culto a tener. El narcotraficante que presume de tener dinero para comprar autos y camionetas lujosas, para comprar mansiones o tener las mujeres que se le antojen, arriesgando su propia vida y pasando por encima de la de los demás para obtener lo que quiere (no lo que necesita), es una persona que paga sus canciones a bandas que gustosas, o tal vez no tan gustosas, toman el trabajo, tienen sus propias estaciones de radio donde se transmiten éstas canciones y así llegan a una población hambrienta de tener las cosas y metas que la televisión dicta que tengan, que tienen la aspiración de poseer bienes para llenar el vacío de su propia ignorancia y deseosa no solo de alguien a quién admirar, sino de ser admirado por el pequeñísimo mundo que tienen a su alrededor. Me pregunto si la realidad demográfica del país es realmente así y, si es el caso, me pregunto si entonces es tan extraño que más casos como el de los niños Chihuahuenses de hace unos días seguirá repitiéndose hasta que encontremos una mejor imagen de "héroe" hacia la cual aspirar.
Querido lector, solo me resta agregar que si usted consume al "comander" en su entorno familiar, no se queje si a los 13 años su hijo ya es un delincuente.

Unknown

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1 comentarios:

  1. Las jubilaciones de la vida podrían decaer ante un futuro tan pesimista.

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biz.