19 de enero de 2015

Torpe

Por @Engentada 


Mentiría si les dijera que mis padres no sufrieron para educarme. Estoy 100% convencida de que mi cerebro trabaja en un plano diferente y a una velocidad distinta a la del resto del mundo. No mejor, ni peor, solo diferente.
Mi infancia transcurrió tranquilamente entre las 4 paredes de mi casa. Solo hasta que tuve una bicicleta –y aprendí a usarla (como hasta los 10 años) me aventuré a salir de la comodidad de mis libros y programas favoritos, para recorrer las calles de mi colonia a toda velocidad. Claro, toda la que me permitían mis frágiles piernitas. Por supuesto, día tras día regresaba con raspones, arañazos, sin algún arete, machucada y llena de tierra.
A lo largo de la primaria (y secundaria también) perdí varias veces (MUCHAS) la chamarra o el suéter del uniforme. O los colores. O los libros. O el dinero. Siempre el dinero. El pinche dinero.
He perdido dos de los cuatro celulares que he tenido. A los 16 me perdí en el autobús de regreso a casa. Mi infancia y adolescencia estuvieron marcados por pequeños detallitos que, aunque a veces podían resultar fastidiosos o incluso hasta peligrosos, no se me hacían nada extraño. Es más, yo creía que a todos les pasaba.
No fue hasta que un exnovio (con el que, por cierto, tuve la única relación psicológica y emocionalmente abusiva de mi vida) me hizo ver la realidad con una frase que me marcó el resto de mis días:
“Es que no puedo creer que seas TAN TORPE.”
Ahí estaba la verdad de todo el asunto. Hasta entonces fue que pude asumir que en realidad yo era una persona torpe. Obviamente corté con el tipo varios meses después, pero fue una verdad dolorosa y a la fecha odio admitirlo, pero sigue siendo una característica molestamente predominante en mi vida.
No pasa un día sin que me tropiece o me golpee con algo; todavía sigo perdiendo dinero, una vez perdí la cartera con todas las credenciales saliendo de la universidad, y en otra ocasión, hace muy poco, perdí un billete de 100 con el que un alumno me acababa de pagar; aún sigo perdiendo chamarras e incluso en mis años de alcoholismo moderado llegué a perder la conciencia.
Creo fervientemente que el hecho de que siga viva se debe más a mi suerte que a alguna habilidad de homo-neandertalis de autopreservación que los humanos deberíamos tener por regla general almacenada en las cadenas de ADN o algo por el estilo.
Y sí. Después de todos estos años, sigo perdiéndome en el camión.
Hoy por ejemplo salí de mi ex lugar de trabajo, rumbo a mi casa. El autobús se detuvo al lado de una  explanada en el centro y mientras la gente se bajaba, un señor que venía sentado junto a mí, al otro lado del pasillo, me pregunta si ésa era “lameda central”. En los tres segundos que me tardé en regresar de mi mundo lo miré a él y a la plaza consecutivamente, hasta que algo hizo “clic” y atiné a decirle “uy, no señor, no se baje, todavía falta”, pero la doña enfrente de mí ya estaba inmersa en la conversación, explicándole –muy muy mal, por cierto, por dónde pasaba el camión. Después de casi mandar la ruta hasta París, le dijo que pasaba por la central camionera. El don, más confundido que una gorda en una barra de ensaladas, nos miraba a la señora y a mí alternativamente, sufriendo obviamente , en su pequeña cabeza, porque la señora NO SE CALLABA, como buena persona que a huevo tiene qué decir algo para probar que sabe, aunque no tenga la razón. En fin, el señor terminó aclarando (como pudo) que él sólo iba a la alameda central y que le indicara dónde se bajaba. A la señora le valió tres kilos de viril de toro y le dijo que ella se bajaba en el mercado Escobedo y que él debía bajarse en la siguiente parada, “esa que está por el Gómez Morín”. SEÑORA WEY, obviamente si no es de aquí no entenderá jamás ninguna referencia queretana que se le de, pero por suerte yo seguía en el autobús después de que se bajó Doña Elocuente y pude evitar que se bajara en repetidas ocasiones.
Luego de un rato me dispuse a tuitear lo enojada que estaba con la gente y el mundo, Y SE ME FUE EL AVIÓN POR COMPLETO. En algún momento, mi cerebro asumió por su cuenta de que yo YA HABÍA HECHO EL TRANSBORDO a la ruta que me trae para mi casa, y no me bajé donde era. Las cosas empezaron a no cuadrar cuando para mi susto la ruta dio una vuelta hacia la derecha, cuando debía seguir por la misma calle. Bernardo Quintana es una arteria principal de la ciudad, la cual es atravesada por un puente que, como descubrí con desagrado, no tiene acceso desde la banqueta lodosa donde te deja el autobús después de sonar con desesperación el timbre de bajada.

Después de caminar por un acotamiento estúpidamente estrecho y lleno de lodo en busca de una manera de subirme al pinche puente, o en su defecto pasar a la colonia de al lado, tuve que brincar la bardita que separa la vialidad del camellón del otro lado. Al cruzar la calle me acerqué demasiado a una reja y sentí un golpe en el brazo, proveniente de la cabezota de un rottweiler que evidentemente no tiene civilidad por culpa de su dueño. Después del segundo susto consecutivo de la noche logré calmarme lo suficiente para trazar una ruta a través de una colonia donde dos de mis amigos viven, y que yo pensé que conocía. Pues resulta ser que no la conozco tan bien como pensé porque después de caminar un rato no encontraba nada conocido. Por suerte luego de un rato sí llegué a la parada de autobuses donde debí haberme bajado, y no lo hice. Echarle la culpa a las redes sociales o incluso a los smartphones se me haría completamente injusto dadas las circunstancias, y por el contrario es mi deber admitir que la torpeza es un elemento ya inherente a mi vida. Solo espero que las cosas sean en realidad como cuando era pre adolescente y podía darme el lujo de pensar “esto a cualquiera le pasa”.

6 de enero de 2015

LRMP

Podría decirse que eran como murmuraciones.
Tal vez el motivo no era que les diera pena su plática, que mire, usted, de una vez le cuento, que yo soy una simple servilleta.
Había un festejo y yo por mi naturaleza no entendía bien qué pasaba. Sólo miraba que había chingos de ruedas de panes.
Había tres tipos coloridos de los que mencionaba aquí al principio que estaban con su plática. El derredor no era escuchable como la de estos humanos.
Decían, según mis entradas auditivas cercioraban, que andar de putos tras cuarenta años ya no dejaba.
—Empezamos a los diecinueve. Nada que ver ahora llegando a los sesenta. Esta flacidez; luego no tenemos seguro ni afore y renta depa toda la vida, ni el pinche infona.

Melchor y Gaspar se atragantaban con las flautas ahogadas en guacamole y lechuga sin un ápice de atención a Baltazar.

Las otras servilletas que estaban junto a mí no tenían vida. Quien sabe. Pero yo oía, pensaba, sentía, pero no cagaba, sólo limpiaba puesto que por eso aquí estaba.

Melchor se limpiaba con dos servilletas al mismo tiempo, era un asqueroso aunque no tanto como el Gaspar que a pura mano éstas se las enverdesía.

Soy puro de limpieza pues. Por eso hablo de eso y no digo nomás por decir. Yo limpiando al que me agarre, muero.
Sucio no sirvo y vivo únicamente limpio.
Sin usar y postrado en esta espera pues.

—De llamarnos Los reyes magos putos debimos llamarnos Los reyes magos....

Fushhhhh sheeeashhhhio shaaaaaffp

*Melchor toma, ensucia y tira la treceava servilleta de la comida

1 de enero de 2015

Obsequio










Te regalo mi nombre, 
Ese que brota de tu boca
En susurros desvelados.

Te regalo mis ojos,
Cafés y limpios.
Esos que observan tu silueta,
Desnuda en la penumbra.

Te regalo mi boca,
Pequeña y frágil,
Esa boca que tortura tu sexo
Con desenfreno,
Y te sonríe con picardía.

Te regalo mis manos,
Con sus dedos largos y delgados,
Pinceles de obras de arte en tu espalda.

Te regalo mis pechos,
Redondos y grandes,
Montañas conquistadas por tus dientes,
Mi pezón derecho, mi amante,
Es tu campo de batalla.

Te regalo mis piernas,
Abiertas y pecosas,
Hogar de tu vientre,
Tu trinchera lujuriosa.

Te regalo mis pies,
Tan flacos y pequeños,
Andantes,
Seguidores fieles de tus huellas.

Te regalo mi sexo,
Húmedo y tibio,
Manantial que calma tu sed,
Manjar que cura tu hambre y alma.

Te regalo mi alma,
Arrebatada y salvaje,
Temperamental y soñadora,

Llena de ti.

 
biz.