28 de mayo de 2015

Pinches chilangos.

Querétaro, hermosa ciudad colonial de clima cambiante, cuna de emprendedores y de gente de bien, ah, y de xenofóbicos a diestra y siniestra. Esta ciudad en desarrollo donde muchos quisieran que no pasara nada, esta plagada de gente que, de manera tajante o con comentarios sutiles, demuestran su poca tolerancia para los fuereños.

¿Cuántas veces han escuchado un "pinches chilangos están invadiendo nuestra ciudad"? Comentario tan común, que muchos apoyan e incluso segundan diciendo "deberían de regresarse a su ciudad". Solo quiero decirles dos palabras a todos los que hacen comentarios así: NO MAMEN.

No, no soy de otro estado. Sí, soy queretano, pero simplemente no comparto para nada sus comentarios despectivos, no entiendo su recelo con todo aquel que viene en busca del sustento de su familia y que, en más de una vez, son mejores personas que varios de por aquí.

Según el queretano xenofóbicos, todo lo malo de la ciudad lo genera la gente externa; el trafico, la basura, la falta de empleos, la escasez de agua, el haber olvidado el aniversario de tu boda,  y bueno, la lista es tan infinita como la estupidez de quien este echando culpas. Pero no, señores, nada más erróneo que eso, la estupidez humana no se divide en entidades federativas, la gente no es buena o mala por nacer en tal ciudad, eso es mucho mas complejo y no lo define el lugar donde naciste.

Sí, es cierto, no todas las personas que llegan a la cuidad son buenas personas, pero, ¿acaso todos los queretanos lo son?

He visto manejar mal a gente que ha vivido aquí toda su vida, mis vecinos tiran basura y sus familias llevan décadas aquí, entonces ¿qué le da el derecho a la gente nacida en esta ciudad con #ActitudQueretana a prejuzgar? Nada, simplemente lo hacen porque pueden.

No me sorprende que  las personas de la tercera edad o adultos jóvenes tenga este problema, pues han visto crecer a esta ciudad de manejar exponencial, los grandes cambios abruman y es comprensible el recelo a su ciudad. Entiendo sus razones, mas no justifico sus actitudes.

No seamos hipócritas al pesarnos los mejores ciudadanos del país solo por ser queretanos, dejemos esa mala actitud en contra de los que llegan.

He tenido la suerte de conocer gente maravillosa que llegó hace unos años al estado, las cuales quieren y respetan a esta ciudad, y lo hacen mucho más que varios queretanos con familias que llevan aquí desde que Conín era bebé.

Prejuzgar solo demuestra lo retrograda de nuestro pensar, evolucionemos, seamos un poco más homosapien sapien, es necesario... "palabra de queretano".

25 de mayo de 2015

Un pecado a la vez

Salía entre cortinas de humo, perdiéndose entre el sonido barato y la patética escenografía. Ella no necesitaba mas que una silla para satisfacer a su público. Una niña inocente a la que la música y el ambiente transformaban en una dulce vampireza. Vestida de enfermera, sirvienta, bombera o maestra se balanceaba lentamente como si esperara a un acompañante invisible para danzar hasta el amanecer.. 
Ella se movía con frenesí al compás de la música. Los hombres la deseaban y él lo sabía; disfrutaba observarla en una mesa, con un whiskey en la mano... escuchaba los murmullos y casi podía tocar el deseo que flotaba en el ambiente. Sabía de las propuestas, de las flores en su camerino y de las mil cartas de amor. Pero no le importaba, porque era suya y se amaban. Todo era parte del show.
Se contoneaba en el mismo lugar sin abrir los ojos mientras tomaba la silla por el respaldo, colocándosela al frente y frotando su sexo contra ella. Sus brazos desataban el cabello castaño que le llegaba a media espalda, perfumando el ambiente ligeramente; los hombros subían y bajaban a la vez que subía una pierna a la silla. Cada vez el baile era diferente pero casi siempre todos se perdían al ver como movía sus caderas rápidamente sobre un regazo inexistente para el mundo.
Aventó la silla hacia un rincón del esenario. Se despojó con fuerza del disfraz que terminó pisoteado en el suelo; sin abrir los ojos y totalmente desnuda se arrodillaba y empezaba a tocarse. Los hombres se olvidaban de respirar y él sonreía complacido. Tócate para mí, susurraba. Recorría sus piernas deseando otras manos mientras ellos subían las ofertas. Nunca le llegaron al precio. Bailaba en pocos regazos, se le acercaba poco a poco y lo seducía entre borrachos y mafiosos.
No bailaba todas las noches ni el la veía siempre. Aunque nunca dejaba de bailar para él. A veces solos, pocas acompañados pero siempre el uno con el otro. Él jamás ofrecía y ella nunca se detuvo en su mesa más tiempo de lo que estaba en otras.
Pero hoy era un día especial: fue por él al rincón, lo tomó de la mano e hizo que se sentara en la silla. Se apagaron los reflectores y sólo una pálida luz quedó sobre la pareja. No quería tocarla, solo verla. Pasó su pecho por el cuerpo masculino separado solo por una pequeña capa de aire, desde la cintura hasta los labios. Podía olerla y si su piel se erizaba un poco más estarían en contacto, pero eso acabaría con la magia.
No era para el placer de los asistentes al bar, sino para ellos dos.
La envidia mataba al público y a ellos la lujuria. Ella aprisionó entre sus piernas al círculo perfecto mientras los trazaba con su cadera sin abandonar la música mientras su vestido caia al suelo. Jaló su camisa para desnudar el torso y sentir el calor que despedía su piel… quería tomarlo en ese momento frente a todos, como cada vez, sin piedad ni descanso. Él no podía moverse y ella tenía que seguir bailando.

Desató su sostén mientras escuchaba esa voz masculina diciendo que no dejara de bailar, que lo sintiera dentro y fuera, la excitaba al describirle como tomaría puntos que sólo él sabía. Algún parroquiano se ofendió, otro pidió más y un tercero sonrió indiferente. Nadie se lo esperaba…. Tanta calma apasionada que eso no podía ser pecado; no era solamente deseo, sino admiración y un amor demasiado grande.

22 de mayo de 2015

Ottawa

El indio era Ottawa. Vivía de recoger latas y botellas que luego vendía en las máquinas de las tiendas Kroger. Salía de su camper muy temprano y recorría los parques de los alrededores; eso porque sabía que los lunes en las mañanas era muy seguro encontrar algo (en el Clark más que en todos), y que los fines de semana se llenaban de inmigrantes mexicanos que jugaban voleibol, o hacían picnics, o se emborrachaban, y siempre dejaban contenedores rebosantes de aluminio y vidrio útil para la venta. 

No le iba mal. Aunque tuviera una sola mano y viviera solo, no le iba mal. 

Después de un día de recolección se sentaba en una silla mecedora a beber café y mirar como sus vecinos pasaban las últimas tardes del verano: unos fumando mariguana y escuchando rock de la vieja escuela: Grateful Dead, The Doors, Kansas, o cosas desconocidas y mohosas para su gusto musical. Los demás se entretenían leyendo periódicos de otros días, como si el pasado impreso en papel barato aún tuviera un valor, o deambulando con el torso desnudo y cabizbajos (la zona era un hervidero de “veteranos” de guerra), como si fueran acorralados por fantasmas. 

Así el indio se pasaba las tardes. En silencio, mirando con el rostro duro, como tallado en fina madera de roble, lo que había quedado de la efímera nación del Jefe Pontiac. Prácticamente nada, solo conjeturales ruinas, todas enterradas. Como su lengua, o su mano devorada por un torno de tres rodillos, o su estirpe de guerreros, una casi desaparecida de la tierra. 

A lo lejos, las plantas de automóviles que se asentaron sobre sus territorios eran como mausoleos de alguna mala broma post-industrial. Viejo hogar de una tribu de obreros derrotados vueltos polvo y, al final, olvido.



19 de mayo de 2015

Ensayo Sobre la Ceguera Mexicana. O de a dónde vamos a parar.




Por @engentada.



Soy músico. No músico de ésos que han practicado durante horas el repertorio completo de héroes del silencio en la guitarra o los que se sacan las de Leo Dan del cancionero popular. Quiero decir músico "de escuela". Me pasé mi infancia practicando escalas en la guitarra asesorada por mi padre, de academia en academia, hasta que ingresé a la facultad de Bellas Artes.
Si hay algo que recuerdo de las clases en la licenciatura es lo que nos dijo uno de mis profesores en primer semestre: "si ustedes son melómanos, déjenme decirles una cosa: escogieron la carrera equivocada". Luego de unas cuantas miradas preocupadas de nuestra parte, continuó: "cualquier música que ustedes aprecien, luego de estudiar aquí, va a pasar por un análisis muy duro por parte suya, y muchas de sus canciones favoritas dejarán de serlo. Uno se convierte en músico 24/7". Tenía toda la razón.
No se imaginan lo difícil que es para mí, años después de las lecciones de la facultad, soportar un viaje en autobús. Los Tigres del Norte, Juanga, Paquita, Luismi, cuartas aumentadas, cadencias rotas, variación de ritmo, hemiola, modulación, modo lidio. Comprendo que la salsa, la cumbia o la bachata tengan su propia dificultad técnica. La mayoría de las cosas la tienen. Pero a pesar de eso no es posible que superen un análisis riguroso de mi parte, que además de músico soy lirista.
No es posible que yo pueda aprobar los mensajes de el reggaetón, la bachata o, por ejemplo, éste fenómeno musical (adefesio musical, yo diría) que ha agarrado fuerza a lo largo de las últimas dos décadas: el corrido.
En mis primeros años de vida, para mí el corrido representaba la huasteca potosina, y era una competencia de ingenio en rima a veces muy cargado de contenido social y político. Cuando me volví gregaria en prepa, sin embargo, me encontré con que muchas compañeras y amigas escuchaban género norteño que ya comenzaba a variar hacia el corrido, y también estaba empezando a sonar un fuerte problema en cuanto al narcotráfico. No estoy diciendo que no existiera desde antes, solo hago notar el hecho de cómo empezaba a permear poco a poco el entorno de principios de la década del 2000. Sobra decir que sí, discriminé muy duramente a la gente por sus gustos musicales. Al respecto fui implacable e inflexible.
Los años pasaron y hoy ya no me sorprende que suceda lo que me acaba de pasar en el autobús. En los asientos del fondo, dos niñas en edad de primaria y de aspecto de malas condiciones económicas traían un smartphone en sus manos, sin audífonos, con una balada norteña a todo volumen. Ya no se nos hace raro. Pero sí se nos hace raro que cinco adolescentes de 15 y 13 años maten a un niñito de seis por estar "jugando al secuestro" y lo entierren en una bolsa de plástico con un animal muerto encima para disimular. Eso sí nos causa escozor y de eso sí nos quejamos, cuando en realidad a la mayoría de la gente que he visto en redes sociales y en páginas de noticias quejándose al respecto muy probablemente, por estadística, consuman productos relacionados con la realidad del narcotráfico. "Estás exagerando", díganme, por favor, "no entiendo la relación entre ésas dos cosas, es solamente música".
Imaginen lo que está pasando a nivel social, a escalas mundiales. Basta con ver lo que sucede con las películas de súper héroes que tienen tanto éxito en el cine. Son exitosas porque la gente quiere ver el lado humano de un poderoso. El lado humano, corrompible y dubitativo de alguien que siempre lucha para defender la justicia y las buenas causas. Pero no solo es que queramos sentirnos más identificados con nuestra utopía. En realidad, en el fondo, les estamos quitando su poder. Les estamos deslavando la razón que en un principio nos atrajo de esa clase de figuras; estamos esperando verlos vencidos, desilusionados y cansados, al igual que todos nosotros, desencantados con nuestro supuesto poder como sociedad. Y al mismo tiempo, a nivel local, somos testigos de la figura engrandecida por su propio entorno: el antagonista elevado a nivel de ídolo, casi como una deidad o un mesías de la religión con más adeptos del mundo: el culto al dinero, el culto a tener. El narcotraficante que presume de tener dinero para comprar autos y camionetas lujosas, para comprar mansiones o tener las mujeres que se le antojen, arriesgando su propia vida y pasando por encima de la de los demás para obtener lo que quiere (no lo que necesita), es una persona que paga sus canciones a bandas que gustosas, o tal vez no tan gustosas, toman el trabajo, tienen sus propias estaciones de radio donde se transmiten éstas canciones y así llegan a una población hambrienta de tener las cosas y metas que la televisión dicta que tengan, que tienen la aspiración de poseer bienes para llenar el vacío de su propia ignorancia y deseosa no solo de alguien a quién admirar, sino de ser admirado por el pequeñísimo mundo que tienen a su alrededor. Me pregunto si la realidad demográfica del país es realmente así y, si es el caso, me pregunto si entonces es tan extraño que más casos como el de los niños Chihuahuenses de hace unos días seguirá repitiéndose hasta que encontremos una mejor imagen de "héroe" hacia la cual aspirar.
Querido lector, solo me resta agregar que si usted consume al "comander" en su entorno familiar, no se queje si a los 13 años su hijo ya es un delincuente.

17 de mayo de 2015

Ya hay director para la adaptación estadounidense de Death Note.

Aquella persona cuyo nombre sea escrito en esta libreta, morirá.


Con esta frase empezaba una de las mejores series de animación japonesa que hemos tenido la oportunidad de ver quienes disfrutamos del anime y manga; Death Note.
           




Hace aproximadamente seis años, Warner Bros se hacía con los derechos de la serie para llevarla a la gran pantalla, pero por innumerables inconvenientes se había hecho imposible dicha adaptación… hasta ahora.
   

La revista  The Hollywood Reporter,  ha dado la noticia de que la compañía ya tiene director para llevar el manga escrito por Tsugumi Ōba, a la gran pantalla, y es Adam Wingard, quien ya ha dirigido películas con temática de terror-misterio, como: You’re the Next, VHS y The ABCs of Death.


La revista también informó que Wingard, comenzará con la adaptación del manga cuando termine su actual trabajo, The Woods, película que dirigirá para Lionsgate.


Tras reemplazar los guiones originales escritos por Charley y Vlas Parlapanides, Warner Bros, ha designado a Anthony Bagarozzi y Charles Mondry, como escritores de la película.
           





Death Note cuenta la historia de Light Yagami, el mejor estudiante de todo Japón, quien, tras llevar una vida aburrida y monótona, encuentra una Death Note –libreta de la muerte-, que fue tirada a la tierra accidentalmente por Ryuk, un Shinigami –dios de la muerte-, y que Light usará para acabar con los criminales más famosos de la tierra, para así, crear un mundo mejor, su mundo perfecto.

15 de mayo de 2015

Dónde comer y tomar en el DF.

Vivir dos años y medio en el DF me dio conocimiento para realizar un pequeño review  de su gastronomía callejera dirigida a clase media/baja, o sea, de changarros y restaurant-bars dos-tres nice. Hablaré principalmente de la zonas de Coyoacán, donde residí e Iztapalapa donde trabajé.
Comer en el DF, es “EL" tema de todo visitante, definitivamente la comida defeña crea una gran expectativa y en mí mucha emoción.
Es importante mencionar que por la variedad de comida, las personas vegetarianas tienen un gran abanico de opciones para comer en la capital, lo cual no es mi caso.
Coyoacán (Munch-land)
Si estás de visita por la delegación, seguro querrás conocer el centro, donde están ubicadas las dos plazas, si este es tu caso, primero que nada lleva un mapa, es muy fácil desubicarse, notarás que la plaza está rodeada de muchos puestos que venden una amplia gama de snacks, en lo personal recomiendo comer unos esquites, los que están situados frente a la farmacia del ahorro, los esquites no son más que un elote desgranado en vaso, solo que es hervido con chile y epazote, lo cual agrega un sabor maravilloso. Ya en el vaso se agrega mayonesa, limón, queso rallado y su respectivo chile; yo los pido “sin caldo” para una mejor consistencia. Después si sufres de un bajón energético, porque de seguro has caminado mucho, no dejes pasar la oportunidad de visitar el café Jarocho que cuenta con un amplio menú: desde tés, infusiones, pan dulce y por supuesto café. Si eres de esos que les gusta el café de patada fuerte, recomiendo el americano cargado.  En caso de que no hayas saciado tu hambre (porque de seguro se te antojó un churro relleno o unos pastes), puedes visitar el mercado ubicado en la calle higuera (mercado establecido) donde puedes conseguir unas quesadillas fritas riquísimas y un muy buen pozole a precios muy accesibles.

Un anuncio del Jarocho de División del Norte.


Por las tardes-noches en Coyoacán, para una plática rica y un ambiente tranquilo, recomiendo ir a la mezcalería La Botica, pedir un mezcal joven con una cerveza clara y un queso Oaxaca, las habas enchiladas y rodajas de naranja las invita la casa, todo esto ambientado por una rocola puesta en shuffle. La costumbre de combinar mezcal y cerveza definitivamente la adopté en el DF, aunque ya la conocía no era de mi gusto, definitivamente el clima del DF ayuda mucho para que tu gusto por la combinación florezca.

Celebrando un cumpleaños con un espadín semi-reposado en la mezcalería La Clandestina ubicada en La Condesa.
Foto por Jorge Gómez

Centenario 107, restaurant bar con buena variedad de cerveza, desde locales hasta importadas, cuentan con diferentes tipos de mezcales. Para comer me enteré que ahora ofrecen un menú diferente todos los días para la hora de comida, por las noches lo más pedido son sus pizzas y sus papas a la francesa con aderezos buenísimos, aunque su menú es bastante extenso. Excelente ambiente y buena música la mayoría del tiempo, se recomienda llegar temprano porque se llena.
La Bipolar, fiesta-guapacheo-gourmet, se pone hasta reventar, el dueño es Diego Luna entonces ya sabrás que tan pachecón está en todos los sentidos, comida, música y bebidas. Muy recomendable para ir a perder el glamour.
La Posta, si buscas un lugar mas nice, este es un muy buen lugar de pizzas hechas en horno de piedra y pastas, toda la comida que probé ahí fue deliciosa y sirven un créme brulée de pistache que hace el amor en tu boca.
Food Truck House Coyoacán, es un concepto de foodtrucks donde todos los días cambian de camiones para ofrecer más opciones, ambiente relajado y buena onda. En mi visita al lugar me decidí por probar la foodtruck llamada Tribeca donde me sirvieron un panini delicioso que tenía salsa de guayaba o algo por el estilo. Cierran a las 10 pm.




Un detalle es que todos los bares cierran a las 2 am pero, por el lado bueno, recuerda que en el DF la venta de alcohol es de 24/7 así que planea a donde vas a llevar la fiesta.
Changarros y/o puestos callejeros
Lo más importante, si vas a comer hazlo donde haya más gente, aunque mueras de hambre, es mejor esperar 20 minutos para que tomen tu orden, a pasar el día siguiente en el baño haciendo detox por garnacha.
Mis comidas callejeras más recomendables llámese puesto random o puesto de garnachas (quesadillas, gorditas, sopes, tlacoyos, tacos, huaraches etc.) son:
Quesadillas fritas, son algún tipo de empanada argentina pero a la mexican style. A forma de empanada/taco envuelven el guiso que tu gustes en masa cruda de maíz para después sufrir una condena de 3-4 minutos sumergida en aceite, se escurren un poco y son servidas con salsa verde o roja al gusto. Cualquier combinación de guiso con queso es una maravilla y no se diga si hay papa con longaniza (chorizo no tan molido).
Quesadilla Azul o Tlacoyo Azul, estos eran una opción “más light” ya que para elaborarse solo usan comal sin aceite, el tlacoyo (imagina una hoja de nopal hecho en maíz azul) relleno de haba, frijol o requesón y en la parte de arriba es tú elección ponerle nopalitos o quelites con queso rallado, crema, cebolla y salsa a tu elección. Una belleza.
Torta de tamal oaxaqueño rojo, llámenme rebelde, inconsciente o como quieran pero ese milagro era mi desayuno favorito, se que es una locura desayunar un tamal dentro de un pan, pero no te dan opciones de horarios, la doña solo se pone en la mañana y para las 9:30 am se acaban los tamales oaxaqueños (en el caso de Iztapalapa), aparte es algo super difícil de conseguir, porque todo mundo vende torta de tamal chilango y no de tamal oaxaqueño. Amplia recomendación si lo pueden conseguir. Yo si vuelvo a Iztapalapa a darme una.

Nunca pensé usar esta foto para un blog, pero en fin, esta es la torta de tamal oaxaqueño.



Comidas corridas
Es como sentirse en casa, la onda en esos lugares es que son bien baratos (de $40 a $70 pesos) y te sirven en 3 tiempos, es por eso que llegando al establecimiento (por lo general algún tipo de fonda), te sirven el agua del día y te van a preguntar ¿quieres consomé o crema?, es normal sacarse de onda porque por lo general la pregunta debe ser ¿que va a querer? así que mejor tú pregunta ¿que tienen de comida?”. Por lo general tienen tres platillos fuertes, pescado, pollo y res en presentaciones diferentes y sus complementos típicos como arroz, frijoles o ensalada, recuerda que si eres del norte estás acostumbrado a comer buenas carnes, sea pollo o res, lo mas seguro es que te decepcionen en ese aspecto, pero hay que ver el lado bueno: para eso sirven abundantes tortillas o pan y buenas salsas. De tercer tiempo viene un postre, pinche y pequeño pero nunca despreciable, algún pudín, durazno al almíbar o arroz con leche.
En lo particular yo siempre iba a una fonda llamada “La Canasta” (aka Mamá Canasta) División del Norte con Ave. America.
Tepito - La lagunilla
Súper recomendable ir a tomarte una o dos caguamas en vaso con chile para recorrer las calles de Tepito que es un laberinto. De comida buena me topé a una pareja de chavos medios hippies que horneaban pan para hacer baguettes y pizzas, yo elegí un baguette con pan que tenía aceitunas y por dentro llevaba tomate, arúgula y queso mozzarella , lo acompañe con un clericot que una chava vendía a manera de aguas frescas, las dos cosas estaban riquísimas y toda esta experiencia de sabores recorriendo un barrio peligroso. Estuve buscando a un holandés que vendía stroopwafels pero nunca di con él, a cambio, ahí fue donde por primera vez crucé mirada con un policía mientras yo bebía de mi cerveza en plena calle y el oficial ni se inmutó, obvio me sentí ultra punk. Recomiendo ir sábado o domingo bien temprano como a las 10 am, llegar ahí y salir a mas tardar 4 pm.
 
Así que les recomiendo que prueben todo lo que puedan y tengan buenas experiencias para compartir. Cualquier duda por aclarar me pueden contactar y con todo gusto responderé sus preguntas.
¡Provechito!

13 de mayo de 2015

Estación morada

1:50 de la mañana. Luz tenue en la habitación morada. Lo esperaba metida en la cama. Buscaba paciencia entre las sábanas, boca arriba, piernas flexionadas, tres o cuatro almohadas amoldándole la espalda. Entretenía el sueño leyendo un poco, mas el acto de la lectura era automático. Veía las letras, las reconocía, juntaba las sílabas, producía su sonido en la mente, pero el pensamiento estaba con él. En querer llamarle, y saber por el tono de su voz si la extrañaba. Preguntar si ya estaba cerca de decidir volver a casa. Por momentos olvidaba lo que estaba pensando, como si el lastre de la incertidumbre la aplastara en la nada. Miraba al vacío con los ojos fijos en el libro abierto, mientras las letras iban viajando al cerebro en un espiral infinito.
De repente un suspiro maquinal le hizo reconocer que estaba despierta y volvió a la lectura: “Usted perdone, ¿ha salido ya el tren?”
1:55. ¿Habrá salido? ¿se habrá acordado? se dijo. De repente el móvil incrustado en las costillas le dio ilusión a una llamada perdida. Lo tomó, iluminó la pantalla, pero no había nada más que una llamada imaginaria. Soltó el móvil descuidadamente y volvió al libro que había seguido reposando sobre sus rodillas. “Se ve que usted ignora por completo lo que ocurre”, leyó.
1:57. “Es tarde ya” musitó. Esta vez un escalofrío le recorrió el cuerpo y con otro suspiro involuntario clavó su mirada en la pared púrpura. Habían escogido juntos ese color, no deseaban estar rodeados de colores claros. Ella ya de grande siempre había odiado los colores pastel que encantaban a todas las niñas cursis de su época y él, que no quería imponer azules ni grises, propuso ese púrpura casi negro. Ella aceptó encantada porque siempre desde ya grande quiso ser fuerte y los colores de mujeres comunes no dicen eso. Recordó el día que ella pintó esa pared y con su pulso de maraquera se salió de los márgenes y manchó el techo. “Es un trabajo artesanal”, le había dicho a él cuando éste regresó del trabajo. Absorta en ese recuerdo, soltó una carcajada que retumbó en las paredes moradas y golpeó en el espejo. Se vio abrazada por él aquel día, querida, apreciada y hasta bonita a pesar de su aspecto desaliñado de pintora de brocha gorda.
2: 05. Con un suspiro profundo volvió al libro y leyó, “Está usted loco, yo quiero llegar a T mañana mismo”.  “Mañana, mañana, ya es de mañana”, se dijo. “Son cinco minutos, la vida es eterna en cinco minutos”, tarareó aquella canción de Jara que a él tanto le gustaba. Esta vez tres suspiros cortos pero seguidos la hicieron buscar otra vez el móvil que se había perdido entre las sábanas. Moviéndose de un lado a otro, palpaba el colchón por debajo de sus piernas, a los costados, a sus espaldas, en el lado vacío y restirado de la cama y no encontraba nada. “¡Cómo es posible que se me pierda siempre aquí!”, refunfuñaba, "son los duendes, duendes son, eso son". Mientras buscaba, iba pensando en todos los objetos que había perdido antes en la cama y que un buen día aparecieron tirados debajo del tocador o metidos en el clóset. Decidió dar por terminado ese pensamiento pues era un misterio que jamás entendería. Terminó por ponerse de pie y extender varias veces las sábanas hasta que el móvil cayó al piso. Sin dejar de empuñarlo, con la mano libre dispuso nuevamente todos los objetos según su comodidad y se metió en la cama. Accionó el móvil, buscó su cara y con un leve toque ya estaba llamándolo. “Hola, en este momento no te puedo contestar pero déjame un mensaje breve y te llamaré lo más pronto posible”, se oyó en el auricular. “Otra víctima más de las frases robotizadas”, exclamó y aventó el aparato a los pies de la cama. “Piérdete a gusto”, dijo.
2:11. Quiso olvidar la grabación. Retomó el libro con ambas manos, intentando recordar hasta dónde había leído. No recordaba nada. Suspirando contrariada, tuvo que leer desde el principio, “El forastero llegó sin aliento a la estación desierta”. Parecía que con la búsqueda del móvil la sangre le circulaba debidamente, le había hecho recobrar la atención y siguió leyendo aunque estaba un poco agitada.
2:15. Terminaba de leer, “Una vez en el tren, su vida efectivamente tomará algún rumbo. ¿Qué importa si ese rumbo no es el de T”, cuando la sirena de una ambulancia la interrumpió. “Qué no sea de mi casa, que estén todos bien, que no sea de mi casa”, es lo que siempre pedía cuando escuchaba ese sonido de alarma. Poco a poco el bullicio ambulante se alejó. Nuevamente sus pupilas quedaron como petrificadas. Esta vez haciendo que veía hacia la puerta morada. “Nunca pongas la cabecera en dirección a la puerta de la recámara”, recordó que alguien le había dicho. No se acordaba ni por qué ni para qué. Sin embargo había hecho caso aunque se preguntaba si había entendido mal y debería haber hecho lo contrario.
2:19. Cerró los ojos fuertemente, por unos segundos mientras recobraba el sentido del tacto con las hojas rasposas del libro entre sus dedos. Abrió los ojos y reconoció que siempre había estado en la misma página. Vio las letras, las palabras, una tras otra y otra más. No podía entenderlas, como el tren a T que nunca llegaba. Con un suspiro de resignación cerró el libro. 
Ese cuento ya se lo sabía, Ese tren a T nunca llegaba.

12 de mayo de 2015


MANUAL PARA NO SEGUIR MANUALES

Desde la cuna a la tumba nos han enseñado a configurarnos a partir de modelos, patrones culturales, tendencias y otras cuantas enumeraciones que buscan simplificar la ya de por sí sencillez de lo infinito. Nos acostumbramos a seguir ordenes porque desde nuestro primer acercamiento a la vida estamos amparados por figuras externas que nos dibujan el camino y nuestros primeros esbozos de realidad.

Es lógico que en nuestra etapa de afianzamiento con la tierra necesitemos un guía para presentarnos y representarnos ante el mundo, pero el desarrollo de nuestro ser inicia en umbrales etéreos y desde esa misma cuna donde empieza a balancearse la realidad, nuestro ser interior se revela a través de lenguajes milenarios que los prejuicios de la adultez nos impiden comprender con exactitud.

Vivir en sociedad constituye un desafió para la diversidad, encajar en un grupo delimitado por brechas culturales hace que busquemos los modelos como una forma de acreditación, de decir soy apto para estar en el mundo porque sigo lo qué exige el mundo, y entonces los manuales se desbordan con un ímpetu que desearían las bibliotecas. Nos prescriben reglas para dirigirnos, formulas de belleza, de comportamiento y de pensamiento, sentires tergiversados por los conceptos, trampolines con salto a la anulación del ser.

Lo que es bueno para unos, no lo es para todos en la misma medida. La familia y la sociedad con sus medios de comunicación constituyen el primer muro que nos separa de nosotros mismos. Crecemos con ideales fabricados por otros, porque culturalmente no nos enseñan a escucharnos, a saber que dicen nuestras palabras y comportamientos.

 Cada alma tiene su diccionario personal, en ella los significados del mundo bailan de a cuerdo a lo que le hayan susurrado sus sentidos. No hay formulas exactas para vivir, la vida fluye de manera distinta en cada uno y por ende los espejos ajenos no revelan reflejos propios. Apersonarse de uno mismo es el único modo de despertar los sentidos, aprender a ser y estar en consonancia con el instante es la forma particular de despertar la existencia que establece sus conceptos en el ejercicio de la acción y los varía de a cuerdo a la voluntad eólica de las circunstancias.

 Quememos entonces las ideas preconcebidas que nos alejan de todo principio de conocimiento y consciencia. La única embarcación para regresar a salvo es saber que el  único manual que te puede enseñar como se vive la vida, es la vida misma.

Karla  Jazmín Arango Restrepo
@karlisjar






6 de mayo de 2015

Pinche perro

Salió de una casa con una emoción desenfrenada donde el grito efusivo de la gente estaba al borde de cada calle, corría con la pelota sacando driblings exagerados que ni él se la creía.
Topaba estrellas top del futbol soccer pero nadie le podía quitar el balón. Corrió y corrió.
Hasta que llegó a un terreno solo sin hierba sólo con superficie de tierra en donde se metió hasta al centro y se detuvo.
Puso la mirada enseguida, en la propiedad que le dividía una malla ciclónica de casi dos metros de altura, donde estaba un gordo perro negro esperándole.
Cruzaban miradas y el vato se lanzó con la pelota hacia dicha malla, trepándola con el balón adjunto al pie. Ya no parecía de esfuerzo humano.
Pero su cuerpo sí. 

Llegó hasta la máxima altura y el perro volador, a cada salto alcanzaba a darle jugosas mordidas.
La insistencia del pelado por superar el tramo era tanta que ya se daba como una necedad.

El público había desaparecido y sólo quedaba la toma de esta narración ante el vato y el perro. 

Después desistió, y ya con el fracaso y la buena madreada del fatdog regresó al centro del terreno.
Se escuchó un crujido de una puerta vieja de esas sin mantenimiento que estaba al final de la malla hacia el fondo.
Se abrió y este vato se acercó y al entrar un wey encarabinado le esperaba:
-Estás bien pendejo. Mira que venir hasta aquí.

Cortó cartucho y el visitante se echó a correr.
Éste otro venía tras él disparándole,
mientras el escenario cambiaba de color.

Ya era de noche. Se miraban raras las cosas en las calles. Como si el mercadito estuviera de moda pero
sin tanta gente.
Carros viejos de hace cuarenta años.
Vacilaban estacionados con motores encendidos y las luces apagadas. Todo se volvía blanco y negro.

Mientras estos weyes corrían tras sí mismos sin parar
como si no hubiese lugares dónde esconderse.
Corrieron un putero, bueno ni tanto, sólo hasta que llegaron a divisar una especie de arroyo medio seco con una mínima corriente, y más a lo lejos, una alta marea café que se acercaba.

El encarabinado ante esto paró quesque según, ya se le habían acabado sus municiones. Y regresó de donde venía.

El futbolero siguió corriendo en la misma dirección mientras acercándose al arroyo, veía cómo se acercaba la marea café.

La forma del arroyo estaba hecha como una ele.
Así: L.

Y él venía en la parte de abajo, donde se unen las dos líneas de la letra o donde cambia el sentido de la línea, como lo quieran ver. De arriba pa´bajo y pa´un lado.

El camino empezaba a terminarse y no quedaba de otra que tener que insertarse en la corriente para cruzar camino y seguir hacia otro destino que no fuera ni el mismo del que venía ni tampoco del arroyo mismo.

No había cuevas ni agujeros ni matorrales ni tampoco árboles que le hicieran favorcitos para un resguardito, aunque sea un pinche ratito.
Ni madres.

Pobrecito.


¿Pobrecito?
Pos si el wey tiene fuerzas desmedidas que más del 90% de este texto se la ha pasado corriendo.
Y no es ghanés ni etiopíe que viven de maratones.
Más bien parece extraterrestre.

Bueno, paró ante ese muro inventado quien sabe por quién y se orilló al arroyo.
Ya no sólo la marea se miraba café, sino todo lo visible que se alcanzaba a ver en este bonito y hermoso paisaje.
Pasado esto, se aclaró el color hasta quedar en un sepia familiar donde no existían las cámaras digitales.

-Ya se madreó el asunto- pensó.

Y vio cómo sus manos y su cuerpo y su ropa y todo
estaba al mismo tono que todo lo demás.

Se metió al agua, que con café por aquí y por allá no sabía si era lodo, mierda o sólo su color.

Pasó un rato.
Y ya bien entrado en ritmo acuático, alcanzó a escuchar gritos chillantes.
Era la venida, lo que se acercaba, porque cada vez era más la intensidad sonora.

-¿Serán bebés muertos del futuro?- pinche pregunta extraña que se hacía.

Entendamos que tragaba y escupía agua.
¿Sucia, venenosa, contaminada?: quien sabe.

Dicho al hecho, vio unos remolinos al aire como parte del camino de la corriente.
Esos sí eran en negro.
Como manchas peludas móviles.
El sonido cada vez se hacía más ensordecedor y si este vato era humano, creo que ya estuviésese hecho un sordo.

Miraba y miraba el movimiento negro del paisaje.
Hasta que difuminado un vapor que estorbaba el pedo, se clareó que eran jabalíes al aire, al agua, al aire, al agua, al aire, al agua, al aire, al agua, y así sin más cosa interesante.

Petrificada la mirada del vato por estar a punto de mezclarse entre ellos, parecía que le daba un infarto pero no, porque tomó una tranquilidad ya metido.

Un ser parecido al humano volando con animales y metiéndose al río. -Saca la plática, jabalí, y dime qué hacen aquí.

Y transformándose en jabalí, se le rompieron los huesos en desorden, los dientes, la nariz, saliéndole unos pinches colmillotes renacidos.
Cambió su sonido de parloteo humano en rechinidos
chillantes. Puro puto chillón.

Después desapareció el remolino hasta caer todos al río. Del más grande al más chiquito.
Y nadar nadándose unos a otros, amigos forever, campantes, apaciguados, yéndose en la corriente hasta allá quien sabe dónde y ni me importa.

Que ya sólo seguí tomando mi café negro en un restaurante viejo de monterrey para irme de esclavo.
Al pinche jale pues.
  

4 de mayo de 2015

Escribiendo

                                                                   Por @ZafiNarim



Las letras,
si un día me abandonan
quedaré en la nada.



¿Qué haré si no escribo?

¿Dónde me ubico, dónde entro?
Ya no hay lugar afuera para mí.


Me quedaría tiempo de vivir la historia
o cualquier otra cosa 
me quedaría tiempo. 

Crecí creyendo que la única forma de guardar mis ideas era escribiendo.
Y escribí y escribí y sigo escribiendo.

Mis manos, incluso sin mi vista, podrían seguir escribiendo.
Y a pesar de la muerte, me quedarán las manos
y seguiré escribiendo.

Y seguiré escribiendo, 
es lo único que sé y
lo único que me queda 
cuando lo pasajero cumple con su deber,
y pasa.


Suelo escribir sin bajar la mirada
a las letras instaladas en el teclado.
Parece que es alguien más a quien leo
y sigue escribiendo.



1 de mayo de 2015

Obsequio




Te regalo mi nombre, 
Ese que brota de tu boca
En susurros desvelados.

Te regalo mis ojos,
Cafés y limpios.
Esos que observan tu silueta,
Desnuda en la penumbra.

Te regalo mi boca,
Pequeña y frágil,
Esa boca que tortura tu sexo
Con desenfreno,
Y te sonríe con picardía.

Te regalo mis manos,
Con sus dedos largos y delgados,
Pinceles de obras de arte en tu espalda.

Te regalo mis pechos,
Redondos y grandes,
Montañas conquistadas por tus dientes,
Mi pezón derecho, mi amante,
Es tu campo de batalla.

Te regalo mis piernas,
Abiertas y pecosas,
Hogar de tu vientre,
Tu trinchera lujuriosa.

Te regalo mis pies,
Tan flacos y pequeños,
Andantes,
Seguidores fieles de tus huellas.

Te regalo mi sexo,
Húmedo y tibio,
Manantial que calma tu sed,
Manjar que cura tu hambre y alma.

Te regalo mi alma,
Arrebatada y salvaje,
Temperamental y soñadora,
Llena de ti.

 
biz.