6 de mayo de 2016

la mancha, perra

Venía limpiando frijoles en la camioneta rumbo al mercadito.
Esta vez tocaba en San Bernabé.
Traía unos perritos que le habían dado ´para ver si se vendían´.
Ellas sólo vendían granos y cosas básicas para comida humana.
Y bueno también traían comida de gato, de perro; y los cachorros olían el penetrante olor que venía del pedigrí.


Se habían peleado con los del Sam´s porque los bultos que les habían vendido venía la comida húmeda.
Nunca ganaron y mejor recomenzaron a surtirse en el mercado de abastos.


Alicia era la más chica. Su madre de niña había llegado a Monterrey de Zacatecas en los años ochenta y era la que manejaba la camioneta. Su séptimo vato, -antes tuvo seis-, llamado Isaías, había quedado de ayudarles ese día porque había tenido un accidente en el jale y en el seguro social le dieron los días para que se recuperara.


Llegaron y pusieron el puesto. Tubos oxidados y lonas color naranja y blanca añejada por la sucia tierra polvorienta de monterrey.
Estaba nublado pero hacía un chingo de calor. De esas veces que estás seguro que no va llover.
Sandra, nombre de la madre, estaba preocupada porque algo le faltaba. Y a voces parcas le pedía a Alicia que pusiera una merca por aquí y otra por allá.
Alicia se divertía con los perritos enjaulados en una caja de madera de las que se usan para guardar la fruta. Y le puso una tacha de madera por arriba para que no se brincaran.
La niña había llenado un bote de agua con salida de atomizador para estar mojando a los cachorros y que no sintieran calor.
—Pinche bochorno —asesinaba la rutina aburrida la vecina de al lado que vendía música en microSD y discos pirata– ¿ya almorzaron, Licha?
—¡Mmm hn´ombre! ¿Qué estará bueno? —interpuso Sandra la respuesta
Mientras le recomendaba la señora el porche de una casa ´de por ahí´, que vendían gorditas de chicharrón, llegó Isaías pa pronto con mano por delante sobre Sandra.
Ésta sonrió:
—Ooh, estate.
—Te traigo ganas, puchi —le susurraba y manoseaba–
—Vámonos por una gorditas. Hija, ahorita vengo. Mercedes, ¿porfi le echas un ojo? —se minidespidió Sandra.

Llegaron con McDoñas, así decía afuera la cartulina fosforescente rayada con plumón, en un barandal amarrado con alambres.
Se pusieron a platicar mientras les servían. Sandra nomás se le quedaba viendo. La ganosidad se prendía mientras Isaías desahogaba sus pedos:
—Si vieras cómo se puso este wey cuando le dije que me subiera la paga. Si no soy cualquier mosaiquero. Tengo 20 años en este pedo, Sandra-eh....
—Ay ya ni me digas. Ya te dije que podemos estar en más mercados.
—Aaah pero no quieres que me vaya a vivir contigo.
—Mi hija no se ha aparecido desde antier y me manda a buzón su celular.
—Ya te dije que yo la pongo en cintura pero no quieres.
—Ay sí, brincosdieras...
–Traigo las manos sucias, oiga, señito, ¿tiene baño?
—Sí, pásele, al fondo a la derecha.
—Ah chinga, como el dicho.
Isaías agarró de la mano a sandra y se la llevó consigo. La puso junto al lavabo. Puso el cerrojo y sandra se bajó el pantalón hasta arriba de las rodillas. El wey la volteó hacia el espejo estrellado después de darle unos besos. Le hizo una cola en el pelo y se quemaba una vela que expedía olor a canela. Sandra estaba en pensamiento con su hija, hasta que sintió fuerte y macizo el pene de su ponedor.
Les escurría el sudor la frente hasta caer en los labios donde cada quien por su cuenta se sacaban la lengua para ensalivarlo.
Se vino en la nalgas y le dio una nalgada y se limpió en el pantalón de ella.
Sandra reacomodada de frente y con el pantalón abajo, quieta, tristona, mirándolo a la cara le pidió que le ayudara con su hija:
—... Y te vienes a vivir con nosotras.
A Isaías le brillaron los ojos pero se sordeó para que no le viera la emoción:
—La mancha, perra.
—¿Cuál mancha? Ya me limpié.
.......
—En la panocha, pendeja.
Alicia debía oír un ´sshht sshht´ que sonaba del puesto de enfrente, pero estaba concentrada jugando muy contenta con los cachorros.
Como apenas había hecho la cruz en la venta, las ensoñadas distracciones para un niña seguían cabiendo a esa hora del día.
—¿Alicia, tienes dinero?
Era Kimberly. Su hermana mayor.
—No.
—¿Y esos perros?
—Son míos.
—Hasta crees. Dame 200.
—No tengo, ya te dije.
—¿Y mamá?
—Ahorita viene.
Kimberly agarró una bolsa y comenzó a llenarla del cereal que se parecen a las zucaritas y frutilupis:
—Le dices a mamá que su novio me violó. Y que una amigo que es policía me va ayudar a meterlo a la cárcel. Que voy a venir la otra semana para hablar con ella, pero si está Isaías que nel.
Salió corriendo hacia la avenida no antes sin darle un madrazo a la frágil madera de la jaula de los cachorros para tomar uno.
Alicia de reojo con lágrimas en sus ojos vio que le quedaban tres cachorros, mientras le llenaba a los clientes bolsas de garbanzo y lentejas. Empezaba la cuaresma, ese día era miércoles de ceniza.

Dick Laurent

Author & Editor

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