22 de julio de 2015

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Luego regresa, regresa el oficinista

con las manos vacías,

con el rostro mirando el suelo.

Y vuelve con olor a tinta,

con olor a gente.

Y entra a su casa, a la casa.

Se derrumba en el mullido sillón.

Deja que la televisión le cuente

lo que el ya no puede.

Entonces, ese artefacto desunido de su voluntad

ese oficinista, ya no se puede salvar.

Después vendrá el embotamiento,

la pastilla para dormir.

Una forma de apagar todas las voces.

Todo cuerpo, todo anhelo.

Perderse rumbo a su cuarto.

Solo, inoperante, divorciado.

Pensando en una camisa que mañana

habrá de usar para disimular

su debacle de los martes.

Torpe ceremonia que evita mirarse al espejo

Ignorar el juicio que sus mejores años le reprochan

después de acumular carpetas

balances generales,

libros negros

sobre el mismo escritorio.

Los sueños pospuestos,

el viernes de odio

la devastación de sus proyectos.

Dejando pasar la vida afuera.

Sentir el puntual parpadeo,

las lágrimas queriendo inundar el rostro

el opio haciendo efecto apenas a tiempo

para abandonarse y dormir lo suficiente

para luego despertar en otro día

y recomenzar la barbarie burocrática

Como si eso fuera suficiente para alargar el diario

encerrarse con llave en su propio manicomio.

Unknown

Author & Editor

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