19 de marzo de 2015

Tucán.

Por @engentada


Pasé el día 2 de febrero en casa de una de las compañeras de francés de mi mamá. Nos invitó porque al ser ella del Distrito Federal , realmente no tiene familia con la cual juntarse los días festivos, así que se reúne con un grupo de amigos de varias otras partes del país, y en ésa ocasión, evidentemente iba a haber tamales.
Luego de un rico y muy inusual tamal de limón con queso (es neta, yo tampoco sabía que se podía) platicamos un poco en la sobremesa con el grupo de recién conocidos. Casi todas eran parejas de 35 años y más, entonces la plática tuvo un tono ligero, desparpajado, y amable, que poco a poco se fue tornando hacia temáticas más serias. El parteaguas de la reunión vino cuando uno de ellos dejó caer la frase “Yo no creo que México vaya a cambiar nunca”.
Ah chingá.
Se apresuró a completar su punto.
“México no va a cambiar porque, como vemos, nos gusta mantenernos cerca unos de otros y asegurarnos de que nuestra gente cercana y querida esté bien. En el momento que tus seres queridos estén bien o se vean beneficiados por algo que tú haces, entonces uno se encuentra bien. Es por eso que yo creo que se da lo del compadrazgo, y de ‘le doy mejor el negocio a mi primo que tiene un negocio, a lo mejor no lo hace tan bien como esta otra empresa, pero él va a tener lana’, está clarísimo, y creo que todos lo haríamos”.
Ah chingá.

Mi familia, tanto paterna como materna, vive en el Estado de México. Todos se dedican a cosas distintas y van tocando diferentes clases y niveles económicos. Una parte en particular se dedica a vender granos, semillas, alimento, y jaulas para pájaro en el mercado del municipio en el que viven. Recuerdo cierta ocasión que se quedó mucho en mi memoria a pesar de mi realmente cortísima edad, en que fuimos a visitar a estos parientes. Yo realmente no conocía su casa, y en lo sucesivo tampoco la frecuenté, pero en esa ocasión recuerdo que lo primero que vi al entrar fue una jaula enorme colgada de un gancho en uno de los pilares a media sala, y los colores vibrantes y maravillosos del animal que estaba dentro. Corrí hacia mi madre a preguntar qué diablos era aquello, a lo que me respondió:
-Es un tucán. No te acerques ni le vayas a meter el dedo a la jaula, porque pican muy feo.
Y como ya les he contado antes mi manera de reaccionar ante esas cosas, no les costará entender que realmente me picó la sensibilidad ver a aquél animalito que, a pesar de que yo era realmente muy pequeña, sabía de sobra que NO DEBERÍA ESTAR AHÍ, y me mortificó imaginarme a mí misma como ése exótico prisionero, que en lugar de extender sus alas y volar por la selva estaba confinado a una jaula de tamaño un poco más grande que su cuerpo, a media sala de estar de unas criaturas sin pelo que sólo por caminar en dos patas se sienten superiores a los demás.
El tío del puesto del mercado en cuestión es un tío político, cuñado de mi padre. Con los años los hijos le han ayudado a hacerse cargo del negocio, aunque la mayoría ahora se dedican a otra cosa.
Curiosamente, del lado de mi madre mis parientes también atienden un puesto en el mercado, que al principio pertenecía a mi abuela, pero que por cuestiones de salud ya no pudo mantener, y pasó al cuidado de mi tía. Los dos negocios están ubicados en el mismo pasillo; no exactamente juntos pero a pocos locales de distancia, así que lo que pasa en un lado es perfectamente observado, juzgado y comunicado por el otro.  Por ejemplo, hace no mucho, tendrá unos meses, mi mamá estaba platicando al teléfono con mi abuelita, y lo que la abuela le dijo pudo haber sido pasado por invento de ancianita DE NO SER PORQUE CONOCEMOS AL TÍO PAJARERO. Es difícil hacer una evaluación imparcial de alguien que ha terminado en la cárcel por usura, le ha pedido una suma fuerte de dinero prestada a mi padre para pagar una fianza y termina de nuevo dentro del tambo por peleonero. Pero en fin, lo que mi abuela dijo es que un día llegaron al puesto en el que casualmente estaba ella, digamos, supervisando, a preguntar por “el veterinario”. Cosa extraña porque no habían sabido que algún veterinario tuviese algún local DENTRO de la nave del mercado. Tras indagar más, el anónimo le dijo a la abuela “sí, un veterinario de pájaros que dicen que tiene su local en este pasillo, es que tengo un canarito muy malo, y vengo a que me lo recete”. Y  pues órale, veterinario de pájaros.
-Hija, yo no sabía que este hombre tuviera estudios en veterinaria, ¿no se te hace raro? –Decía la abuela, al teléfono.
-…no mami, no se me hace nada raro. –Respondió mi mamá, un tanto socarronamente.
No se nos hizo nada raro.

Otra tía, hermana de mi padre, viene muy seguido de visita a Querétaro porque sus dos hijos están en el equipo de Football Americano de su escuela, y uno de ellos estudia aquí. Aprovechando, un hermano de mi papá también vino de visita con ella hace aproximadamente 2 semanas.
En la noche, cuando casi todos se habían ido a dormir, mi padre salió al supermercado y solo estábamos mi madre y yo en la cocina, mi tío nos platicó algo aún menos extraño acerca del tío de los pájaros.
-Pues anda prófugo.
-¿Qué? ¿Cómo? ¿Por qué?
Resulta que uno de sus hijos quedó a cargo del puesto a cierta hora, hora en la que llegaron unos amables caballeros preguntando por algún pájaro exótico, digamos UN TUCÁN. Que habían escuchado que alguien en el mercado podía conseguirles uno y estaban dispuestos a dar una cuantiosa suma a cambio del tucán.
Mi primo no es del todo idiota, pero el dinero le obnubila la razón.
-Pues yo no soy el dueño, pero es mi papá. Ahorita no está pero si quieren les enseño las aves que tenemos en mi casa, solo déjenme cerrar.
Ipsofacto, cerró el local y guió a los dos hombres a su casa que queda a unas calles de ahí. Al abrirles las puertas para que entraran, no solo se metieron los dos sujetos, sino otros dos que venían guardando su distancia detrás de ellos. El tío, como decimos coloquialmente, se quedó “de a seis”, sin saber si recibir a los amables caballeros o correrlos a punta de cachazos. Los hombres eran de la SAGARPA, e incautaron cualquier ave exótica encontrada en el lugar, y le dijeron al tío que por desgracia esta clase de cargos equivalían a cárcel o a una multa muy fuerte, así que necesitaba venir con ellos al ministerio. Don Tío trepó por la planta alta hacia la azotea y se dio a la fuga.
-Pues la verdad no es por mala onda, pero QUÉ BUENO. –Dije, con toda la buena intención que puede tener una persona como yo hacia una persona como él. Mi tío visitante me miró un poco turbado y buscó apoyo con la mirada en mi madre.
-Es que ésas son cosas que no deben hacerse, son aves ilegales.
-Pero es que seguramente les pasaron el pitazo a los de la SAGARPA, obviamente saben quién es y lo tenían vigilado, -Dijo mi tío- ellos realmente no iban por el bien de los animales, ellos iban por dinero.
Después de nuestra mirada extrañada, prosiguió:
-Claro, porque, bueno, si tú como persona ves la oportunidad de bajarle lana a un mono que está en desventaja, y siendo tú una autoridad, claro que lo harías. Todos lo harían. Yo lo haría.

-¿Tú lo harías? ¿Neta? –Pregunté.
-Sí, lo haría.

Y pues viendo que las familias se apoyan incondicionalmente y que todo mundo aprovecharía la oportunidad de hacerse de una lana extra que NO ES TUYA y puedes obtener por amenazas y mordidas, me parece bastante extraño que el país sea capaz de mantenerse en pie. Digo, si todos somos iguales, si todos lo haríamos, cabe preguntarse si las cosas que ha ganado otra persona que tiene más recursos que tú son bien habidas o no, o si los ayudó el compadre que trabaja en gobierno estatal para conseguir un trabajo que de otra manera hubiera conseguido una persona que sabe hacer mejor las cosas; o si el oficial al que te diriges en la denuncia de una falta o algún delito no va a aprovechar la desventaja de alguien más junto con tu información para conseguir una suma limitada de dinero a cambio de la libertad de la persona que te hizo mal. Me salen muchas dudas a cuestión dadas las circunstancias. Si todos pensamos así, me cae de a madres que México no va a cambiar nunca.

1 de marzo de 2015

Crap I'm in love

Enamorarse es un accidente del cual nadie sale ileso... El sofocante patadon que arriba justo en la boca del estómago te tumba, y de ahí desencadena la muerte lenta... La muerte lenta es donde la razón y el corazón dejan de entenderse...

 
biz.