Microficción.
Por @Engentada
La plática se convirtió en discusión, la discusión en
debate, y el debate en plática mundana entre platillos navideños y refulgente
cubertería. En el comedor no había nada especial. Era otro comedor más de una casa estándar, con decoración y amueblado un tanto anticuado, característico de las casas heredadas de algún familiar.
El reloj avanza, cada vez las manecillas se ubican más y
más cerca de la media noche. Miradas nerviosas dirigidas de tanto en tanto al
reloj indican que probablemente esta noche él tampoco vendrá. Lo han esperado
tantas veces, tantos años, que ya les cuesta trabajo recordar la razón por la
cual lo esperan, pero igual lo hacen. Es su amigo, y nunca podrían perdonarse
el olvidar considerarlo por completo en estas reuniones tan importantes, que
solo ocurren una vez al año. Naturalmente, terminan por cenar sin él, pues la
comida se enfría. Naturalmente, comienzan a resignarse al hecho de que este año
será otro año más que no lo verán. Las anécdotas se terminan. Los ánimos medran
y las energías se agotan cuando en el reloj del comedor suenan las doce.
Todos se levantan y felices, pero al mismo tiempo
nostálgicos, comienzan a abrazarse unos a otros. Una de ellas comienza a llorar
y los demás sonríen, incómodos, incapaces de descubrir por qué también ellos se
sienten así. Jorge no ha llegado otro año más, y aunque todos están aquí, sin
él hay algo que falta, sin él es como si las cosas se sintieran incompletas. Uno
de ellos comienza a preguntarse por qué siempre deciden esperarlo a pesar de
que jamás llega.
Jamás.
Una palabra extraña.
Jamás.
Una palabra extraña.
¿Jamás llega? ¿Cuánto tiene que no lo ven? Los
cuestionamientos empiezan a flotar en el aire, ahora entre todos, en sincronía.
A pesar de la inquietud sirven el vino. El último brindis de la noche, como de
costumbre, es también para el que no llegó. Aunque no entiendan por qué.
¿Cuántos años tiene que Jorge no llega a las reuniones? ¿Por qué nunca llama
para avisar que no vendrá? ¿Llamar?
Uno de ellos voltea a mirar a su alrededor mientras los
demás alzan sus copas. Están en su casa. En casa de Jorge. La casa a la que
nunca llega. Siempre se han visto aquí, desde que recuerda, pero no recuerda
que nadie les haya abierto la puerta. No recuerda que alguien los haya invitado
a pasar. No recuerda cómo llegaron, ni sabe quién trajo qué platillo. Pareciera
que todo en el universo se resumiera a
éste preciso momento, la cena de navidad, poco después de media noche.
Está a punto de hacerles notar las inconsistencias, cuando las copas chocan
entre sí, y alguien entra por la puerta que da al pasillo, encendiendo la luz.
Del pasillo vienen las voces alzadas de una animada
fiesta, y en el umbral, con la mano en el interruptor, está una niña de
aproximadamente doce años.
El comedor se ve tranquilo, como siempre se ha visto desde que recuerda. La luz
blanca zumba e ilumina cada uno de los rincones de la pared pintada de blanco
con pintura base aceite, para limpiar mejor el cochambre generado por la
pequeña cocina adaptada en una de las alas de la casa que solía ser de su
abuela. Desconcertada, la niña esquiva las 5 mesas del recinto y abre la puerta
que da a la calle. Sintiendo el frío en su pequeña nariz, se asoma a ambos
lados de la calle. Está tan oscuro que busca el interruptor para iluminar el
letrero puesto a todo lo ancho de la propiedad: CENADURÍA DON JORGE. A pesar de
la luz, no alcanza a ver nada y frunce el entrecejo antes de meter la cabeza y
poner el pasador a la puerta.
La voz de su padre la sobresalta. Le pregunta qué hace.
Ella contesta que escuchó algo y vino a ver si la puerta estaba cerrada. Don
Jorge sonríe a medias y mueve la cabeza, riéndose de la vívida imaginación de
los adolescentes. Le pide que regrese a la casa, que ya casi es hora de los abrazos,
y la niña sale del comedor.
Antes de apagar la luz, Don Jorge le dirige una rápida mirada a una mesa en el rincón más alejado de su pequeña fonda. Encima de la mesa hay una fotografía de un grupo de gente joven sonriendo a la cámara, y frente a ella un simple vaso con una vela adentro, y un jarrón con flores frescas.
Conmemorando la Navidad, Don Jorge no solo adorna su cenaduría. También pone un pequeño altar, año con año, a los amigos que una Navidad de hace 20 años, nunca llegaron a cenar.
Antes de apagar la luz, Don Jorge le dirige una rápida mirada a una mesa en el rincón más alejado de su pequeña fonda. Encima de la mesa hay una fotografía de un grupo de gente joven sonriendo a la cámara, y frente a ella un simple vaso con una vela adentro, y un jarrón con flores frescas.
Conmemorando la Navidad, Don Jorge no solo adorna su cenaduría. También pone un pequeño altar, año con año, a los amigos que una Navidad de hace 20 años, nunca llegaron a cenar.