13 de mayo de 2015

Estación morada

1:50 de la mañana. Luz tenue en la habitación morada. Lo esperaba metida en la cama. Buscaba paciencia entre las sábanas, boca arriba, piernas flexionadas, tres o cuatro almohadas amoldándole la espalda. Entretenía el sueño leyendo un poco, mas el acto de la lectura era automático. Veía las letras, las reconocía, juntaba las sílabas, producía su sonido en la mente, pero el pensamiento estaba con él. En querer llamarle, y saber por el tono de su voz si la extrañaba. Preguntar si ya estaba cerca de decidir volver a casa. Por momentos olvidaba lo que estaba pensando, como si el lastre de la incertidumbre la aplastara en la nada. Miraba al vacío con los ojos fijos en el libro abierto, mientras las letras iban viajando al cerebro en un espiral infinito.
De repente un suspiro maquinal le hizo reconocer que estaba despierta y volvió a la lectura: “Usted perdone, ¿ha salido ya el tren?”
1:55. ¿Habrá salido? ¿se habrá acordado? se dijo. De repente el móvil incrustado en las costillas le dio ilusión a una llamada perdida. Lo tomó, iluminó la pantalla, pero no había nada más que una llamada imaginaria. Soltó el móvil descuidadamente y volvió al libro que había seguido reposando sobre sus rodillas. “Se ve que usted ignora por completo lo que ocurre”, leyó.
1:57. “Es tarde ya” musitó. Esta vez un escalofrío le recorrió el cuerpo y con otro suspiro involuntario clavó su mirada en la pared púrpura. Habían escogido juntos ese color, no deseaban estar rodeados de colores claros. Ella ya de grande siempre había odiado los colores pastel que encantaban a todas las niñas cursis de su época y él, que no quería imponer azules ni grises, propuso ese púrpura casi negro. Ella aceptó encantada porque siempre desde ya grande quiso ser fuerte y los colores de mujeres comunes no dicen eso. Recordó el día que ella pintó esa pared y con su pulso de maraquera se salió de los márgenes y manchó el techo. “Es un trabajo artesanal”, le había dicho a él cuando éste regresó del trabajo. Absorta en ese recuerdo, soltó una carcajada que retumbó en las paredes moradas y golpeó en el espejo. Se vio abrazada por él aquel día, querida, apreciada y hasta bonita a pesar de su aspecto desaliñado de pintora de brocha gorda.
2: 05. Con un suspiro profundo volvió al libro y leyó, “Está usted loco, yo quiero llegar a T mañana mismo”.  “Mañana, mañana, ya es de mañana”, se dijo. “Son cinco minutos, la vida es eterna en cinco minutos”, tarareó aquella canción de Jara que a él tanto le gustaba. Esta vez tres suspiros cortos pero seguidos la hicieron buscar otra vez el móvil que se había perdido entre las sábanas. Moviéndose de un lado a otro, palpaba el colchón por debajo de sus piernas, a los costados, a sus espaldas, en el lado vacío y restirado de la cama y no encontraba nada. “¡Cómo es posible que se me pierda siempre aquí!”, refunfuñaba, "son los duendes, duendes son, eso son". Mientras buscaba, iba pensando en todos los objetos que había perdido antes en la cama y que un buen día aparecieron tirados debajo del tocador o metidos en el clóset. Decidió dar por terminado ese pensamiento pues era un misterio que jamás entendería. Terminó por ponerse de pie y extender varias veces las sábanas hasta que el móvil cayó al piso. Sin dejar de empuñarlo, con la mano libre dispuso nuevamente todos los objetos según su comodidad y se metió en la cama. Accionó el móvil, buscó su cara y con un leve toque ya estaba llamándolo. “Hola, en este momento no te puedo contestar pero déjame un mensaje breve y te llamaré lo más pronto posible”, se oyó en el auricular. “Otra víctima más de las frases robotizadas”, exclamó y aventó el aparato a los pies de la cama. “Piérdete a gusto”, dijo.
2:11. Quiso olvidar la grabación. Retomó el libro con ambas manos, intentando recordar hasta dónde había leído. No recordaba nada. Suspirando contrariada, tuvo que leer desde el principio, “El forastero llegó sin aliento a la estación desierta”. Parecía que con la búsqueda del móvil la sangre le circulaba debidamente, le había hecho recobrar la atención y siguió leyendo aunque estaba un poco agitada.
2:15. Terminaba de leer, “Una vez en el tren, su vida efectivamente tomará algún rumbo. ¿Qué importa si ese rumbo no es el de T”, cuando la sirena de una ambulancia la interrumpió. “Qué no sea de mi casa, que estén todos bien, que no sea de mi casa”, es lo que siempre pedía cuando escuchaba ese sonido de alarma. Poco a poco el bullicio ambulante se alejó. Nuevamente sus pupilas quedaron como petrificadas. Esta vez haciendo que veía hacia la puerta morada. “Nunca pongas la cabecera en dirección a la puerta de la recámara”, recordó que alguien le había dicho. No se acordaba ni por qué ni para qué. Sin embargo había hecho caso aunque se preguntaba si había entendido mal y debería haber hecho lo contrario.
2:19. Cerró los ojos fuertemente, por unos segundos mientras recobraba el sentido del tacto con las hojas rasposas del libro entre sus dedos. Abrió los ojos y reconoció que siempre había estado en la misma página. Vio las letras, las palabras, una tras otra y otra más. No podía entenderlas, como el tren a T que nunca llegaba. Con un suspiro de resignación cerró el libro. 
Ese cuento ya se lo sabía, Ese tren a T nunca llegaba.

Panqui Blue

Author & Editor

3 comentarios:

 
biz.