25 de mayo de 2015

Un pecado a la vez

Salía entre cortinas de humo, perdiéndose entre el sonido barato y la patética escenografía. Ella no necesitaba mas que una silla para satisfacer a su público. Una niña inocente a la que la música y el ambiente transformaban en una dulce vampireza. Vestida de enfermera, sirvienta, bombera o maestra se balanceaba lentamente como si esperara a un acompañante invisible para danzar hasta el amanecer.. 
Ella se movía con frenesí al compás de la música. Los hombres la deseaban y él lo sabía; disfrutaba observarla en una mesa, con un whiskey en la mano... escuchaba los murmullos y casi podía tocar el deseo que flotaba en el ambiente. Sabía de las propuestas, de las flores en su camerino y de las mil cartas de amor. Pero no le importaba, porque era suya y se amaban. Todo era parte del show.
Se contoneaba en el mismo lugar sin abrir los ojos mientras tomaba la silla por el respaldo, colocándosela al frente y frotando su sexo contra ella. Sus brazos desataban el cabello castaño que le llegaba a media espalda, perfumando el ambiente ligeramente; los hombros subían y bajaban a la vez que subía una pierna a la silla. Cada vez el baile era diferente pero casi siempre todos se perdían al ver como movía sus caderas rápidamente sobre un regazo inexistente para el mundo.
Aventó la silla hacia un rincón del esenario. Se despojó con fuerza del disfraz que terminó pisoteado en el suelo; sin abrir los ojos y totalmente desnuda se arrodillaba y empezaba a tocarse. Los hombres se olvidaban de respirar y él sonreía complacido. Tócate para mí, susurraba. Recorría sus piernas deseando otras manos mientras ellos subían las ofertas. Nunca le llegaron al precio. Bailaba en pocos regazos, se le acercaba poco a poco y lo seducía entre borrachos y mafiosos.
No bailaba todas las noches ni el la veía siempre. Aunque nunca dejaba de bailar para él. A veces solos, pocas acompañados pero siempre el uno con el otro. Él jamás ofrecía y ella nunca se detuvo en su mesa más tiempo de lo que estaba en otras.
Pero hoy era un día especial: fue por él al rincón, lo tomó de la mano e hizo que se sentara en la silla. Se apagaron los reflectores y sólo una pálida luz quedó sobre la pareja. No quería tocarla, solo verla. Pasó su pecho por el cuerpo masculino separado solo por una pequeña capa de aire, desde la cintura hasta los labios. Podía olerla y si su piel se erizaba un poco más estarían en contacto, pero eso acabaría con la magia.
No era para el placer de los asistentes al bar, sino para ellos dos.
La envidia mataba al público y a ellos la lujuria. Ella aprisionó entre sus piernas al círculo perfecto mientras los trazaba con su cadera sin abandonar la música mientras su vestido caia al suelo. Jaló su camisa para desnudar el torso y sentir el calor que despedía su piel… quería tomarlo en ese momento frente a todos, como cada vez, sin piedad ni descanso. Él no podía moverse y ella tenía que seguir bailando.

Desató su sostén mientras escuchaba esa voz masculina diciendo que no dejara de bailar, que lo sintiera dentro y fuera, la excitaba al describirle como tomaría puntos que sólo él sabía. Algún parroquiano se ofendió, otro pidió más y un tercero sonrió indiferente. Nadie se lo esperaba…. Tanta calma apasionada que eso no podía ser pecado; no era solamente deseo, sino admiración y un amor demasiado grande.

Satélite Jack

Author & Editor

2 comentarios:

 
biz.