6 de mayo de 2015

Pinche perro

Salió de una casa con una emoción desenfrenada donde el grito efusivo de la gente estaba al borde de cada calle, corría con la pelota sacando driblings exagerados que ni él se la creía.
Topaba estrellas top del futbol soccer pero nadie le podía quitar el balón. Corrió y corrió.
Hasta que llegó a un terreno solo sin hierba sólo con superficie de tierra en donde se metió hasta al centro y se detuvo.
Puso la mirada enseguida, en la propiedad que le dividía una malla ciclónica de casi dos metros de altura, donde estaba un gordo perro negro esperándole.
Cruzaban miradas y el vato se lanzó con la pelota hacia dicha malla, trepándola con el balón adjunto al pie. Ya no parecía de esfuerzo humano.
Pero su cuerpo sí. 

Llegó hasta la máxima altura y el perro volador, a cada salto alcanzaba a darle jugosas mordidas.
La insistencia del pelado por superar el tramo era tanta que ya se daba como una necedad.

El público había desaparecido y sólo quedaba la toma de esta narración ante el vato y el perro. 

Después desistió, y ya con el fracaso y la buena madreada del fatdog regresó al centro del terreno.
Se escuchó un crujido de una puerta vieja de esas sin mantenimiento que estaba al final de la malla hacia el fondo.
Se abrió y este vato se acercó y al entrar un wey encarabinado le esperaba:
-Estás bien pendejo. Mira que venir hasta aquí.

Cortó cartucho y el visitante se echó a correr.
Éste otro venía tras él disparándole,
mientras el escenario cambiaba de color.

Ya era de noche. Se miraban raras las cosas en las calles. Como si el mercadito estuviera de moda pero
sin tanta gente.
Carros viejos de hace cuarenta años.
Vacilaban estacionados con motores encendidos y las luces apagadas. Todo se volvía blanco y negro.

Mientras estos weyes corrían tras sí mismos sin parar
como si no hubiese lugares dónde esconderse.
Corrieron un putero, bueno ni tanto, sólo hasta que llegaron a divisar una especie de arroyo medio seco con una mínima corriente, y más a lo lejos, una alta marea café que se acercaba.

El encarabinado ante esto paró quesque según, ya se le habían acabado sus municiones. Y regresó de donde venía.

El futbolero siguió corriendo en la misma dirección mientras acercándose al arroyo, veía cómo se acercaba la marea café.

La forma del arroyo estaba hecha como una ele.
Así: L.

Y él venía en la parte de abajo, donde se unen las dos líneas de la letra o donde cambia el sentido de la línea, como lo quieran ver. De arriba pa´bajo y pa´un lado.

El camino empezaba a terminarse y no quedaba de otra que tener que insertarse en la corriente para cruzar camino y seguir hacia otro destino que no fuera ni el mismo del que venía ni tampoco del arroyo mismo.

No había cuevas ni agujeros ni matorrales ni tampoco árboles que le hicieran favorcitos para un resguardito, aunque sea un pinche ratito.
Ni madres.

Pobrecito.


¿Pobrecito?
Pos si el wey tiene fuerzas desmedidas que más del 90% de este texto se la ha pasado corriendo.
Y no es ghanés ni etiopíe que viven de maratones.
Más bien parece extraterrestre.

Bueno, paró ante ese muro inventado quien sabe por quién y se orilló al arroyo.
Ya no sólo la marea se miraba café, sino todo lo visible que se alcanzaba a ver en este bonito y hermoso paisaje.
Pasado esto, se aclaró el color hasta quedar en un sepia familiar donde no existían las cámaras digitales.

-Ya se madreó el asunto- pensó.

Y vio cómo sus manos y su cuerpo y su ropa y todo
estaba al mismo tono que todo lo demás.

Se metió al agua, que con café por aquí y por allá no sabía si era lodo, mierda o sólo su color.

Pasó un rato.
Y ya bien entrado en ritmo acuático, alcanzó a escuchar gritos chillantes.
Era la venida, lo que se acercaba, porque cada vez era más la intensidad sonora.

-¿Serán bebés muertos del futuro?- pinche pregunta extraña que se hacía.

Entendamos que tragaba y escupía agua.
¿Sucia, venenosa, contaminada?: quien sabe.

Dicho al hecho, vio unos remolinos al aire como parte del camino de la corriente.
Esos sí eran en negro.
Como manchas peludas móviles.
El sonido cada vez se hacía más ensordecedor y si este vato era humano, creo que ya estuviésese hecho un sordo.

Miraba y miraba el movimiento negro del paisaje.
Hasta que difuminado un vapor que estorbaba el pedo, se clareó que eran jabalíes al aire, al agua, al aire, al agua, al aire, al agua, al aire, al agua, y así sin más cosa interesante.

Petrificada la mirada del vato por estar a punto de mezclarse entre ellos, parecía que le daba un infarto pero no, porque tomó una tranquilidad ya metido.

Un ser parecido al humano volando con animales y metiéndose al río. -Saca la plática, jabalí, y dime qué hacen aquí.

Y transformándose en jabalí, se le rompieron los huesos en desorden, los dientes, la nariz, saliéndole unos pinches colmillotes renacidos.
Cambió su sonido de parloteo humano en rechinidos
chillantes. Puro puto chillón.

Después desapareció el remolino hasta caer todos al río. Del más grande al más chiquito.
Y nadar nadándose unos a otros, amigos forever, campantes, apaciguados, yéndose en la corriente hasta allá quien sabe dónde y ni me importa.

Que ya sólo seguí tomando mi café negro en un restaurante viejo de monterrey para irme de esclavo.
Al pinche jale pues.
  

Dick Laurent

Author & Editor

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