16 de noviembre de 2014

Apodaca Wonderland


Polvo. Parques industriales regados por doquier. Calles atravesando en medio de desolados e inmensos terrenos baldíos semidesérticos que van a dar a colonias perdidas en medio de llanos y cañadas. Jinetes a caballo que de repente te salen al paso de tu coche. Lugares con venta de chela en horarios "prohibidos". Mercaditos de generación espontánea, casi "happenings" que aparecen y desaparecen en un tris. Vecinos con peda y música a todo volumen a mitad de semana. Esto y más es ese lugar mágico y surrealista llamado Apodaca.

Voy para 10 años de haberme mudado a vivir a esta rara tierra. La mitad de mi vida la pasé en la civilización, si es que así se le puede llamar a Monterrey. Luego pasé una breve estancia en el municipio con ínfulas de San Pedro, es decir en San Nicolás de los Garza. Para luego iniciar una nueva etapa de mi vida a esta locación de cabrito western movie.

La primera señal de que ya no estaba en la ciudad me llegó cuando vi como amanecían los botes de basura destripados a lo largo de toda la cuadra. Perros, ingenuamente pensé yo. Pero pocos días después Protección Civil dio con los culpables: Una pareja de jabalíes, a los cuales les habían estado dando caza desde hacía semanas. Solo pudieron atrapar a la hembra, el macho se les peló.

O cómo cuando después de un huracán, salí con mi mujer a recorrer las calles de la colonia a pie. Camino hacia Soriana Huinala descubrimos regados a la orilla de la banqueta lo que en principio creí eran insectos. Pero no, resulto que eran langostinos. Es fecha que no entiendo de donde o cómo llegaron hasta ahí. Algunos de ellos seguían vivos y pataleando en los charcos puercos que había dejado la lluvia.

Ni que decir de la colonia Pueblo Nuevo. El "Mos Eisley" de Apodaca. Recorrer su avenida principal en fin de semana es de ciencia ficción. Los extraterrestres ni falta hacen con toda la folclórica fauna que se pasea por esos rumbos. Ya hasta iba practicando mi gesto Jedi por si me paraba una patrulla de storm troopers.

Hago una pausa en mi texto mientras espero a que pase encima de mi el rugido del avión maniobrando para aterrizar en el mal llamado aeropuerto de Monterrey. Hace tiempo que le perdí el miedo inicial a que los jets fueran a estrellarse encima de mi colonia. Solo espero a que se alejen.

Y bueno, continuemos. Estaba algo intrigado, y empecé a leer un poco más de este lugar. Resulta que Apodaca en realidad está formado por siete pueblitos regados en su territorio, de los cuales nació el municipio como tal. Estos son San Miguel, La Encarnación o "La Chona" como le dicen, El Mezquital, Huinala, Agua Fría, Santa Rosa y el mismo pueblo de Apodaca. Que ni era Apodaca, sino Hacienda San Francisco. Ahí está el dato cultural, pa´ que luego no digan que se fueron en blanco de este blog.

No puedo decir que he aprendido a amar este lugar. No se puede amar lo que no se entiende, y hoy día sigo sin comprenderlo. Sin embargo he aprendido a disfrutar de sus bondades. Salir a carretera estando ya prácticamente fuera de la ciudad y su eterno tráfico es liberador. Leche y queso fresco a la venta justo a un lado de las vacas de donde salió. El aire es más puro y limpio. La ardiente resolana de verano se compensa con noches más frías. Cerveza disponible a cualquier hora. Y espacio, mucho espacio. En este aspecto Apodaca siempre me recuerda el cierre de Trópico de Cáncer, de Henry Miller:

"Los seres humanos constituyen una fauna y flora extraña...
Más que nada necesitan estar rodeados de suficiente espacio:
de espacio más que de tiempo".

Luiz

Author & Editor

3 comentarios:

 
biz.