Todo era oscuro. Teníamos la posibilidad de un último acuerdo para caminar tomados de la mano y llegar a la frontera para poder ver nuestros rostros sobre el río antes de cambiar.
Ebodio Armenter
El futuro anunciado ha llegado y mi vida ha cambiado.
Puesto y dado esto, ahora siento que ya no soy el mismo.
Si antes me costaba aceptar ciertas decisiones que no iban conmigo, ahora las busco para sentirme mejor.
Platiqué esto con un común y corriente y dice que es normal y que me vaya acostumbrando porque más adelante tal vez
hasta me extrañe sentir el deseo de ver programas televisivos de chismes
tercermundistas. Y la neta si llegara a tener razón, no creo poder
soportarlo. Ante tal magnitud no sé qué pasaría.
Preferiría andar en algún triciclo vagando con cumbias bonitas.
Llegada la noche antes de dormir me puse a bien a analizarlo, y por
más que le rascaba para encontrar una razón a esto, no daba con nada. Hasta que
recordé que dichos cambios comenzaron hace aproximadamente un año
cuando tuve un suceso por demás peculiar. Fue en la calle Juárez, enfrente de la alameda, ahí me
encontré un sobre cerrado con una carta dirigida a Juanita López de
parte de un anónimo según ahí decía y del cual a un lado tenía un signo
empastado color azul con gris.
Entre lo extraño de lo extraño no fue encontrarme la carta, sino que al
recogerla y verla, no había absolutamente nadie alrededor hasta
que de repe de la nada y muy lentamente, apareció un carro color fiucha
en el que un sujeto de lente oscuro y ensombrerado, riéndose, me enviaba la buena vibra con su mano
izquierda. Me recordó al presentador de grupos norteños Jesús Soltero.
La carta decía: “Suerte; te vas con cuidado. Y no aceptes
ofertas de gente desconocida, aunque te ofrezcan unos
krankys o boligomitas.
Y si el tatuador te ofrece un precio más
barato, no lo aceptes porque puede ir de por medio una infección
marciana. Acuérdate que éstos le pagan a los tatuadores para
conseguirles seres como tú.
Como quiera ahí hay espías nuestros y a veces logran evitar esas sorpresas.
Ponte aceite y cuida tus alas. En la calle exagera tu
protección, porque estarás sola y no habrá alguien con seguridad que te cuide.
Y te insisto, si alguien te genera confianza y
necesitas mínimo hacerle una pregunta sobre alguna dirección, abstente
de eso, más vale que te pierdas y tardes en llegar a que te tengan
capturada en algún lugar lleno de comensales.
También no cargues la llave de la casa. Déjala abajo del tapete o enterrada en la maceta.
Si te llegan atrapar es mejor que lo hagan sin la llave. Suena
duro pero es más accesible conseguir gente como tú que
conservar un lugar seguro que esté totalmente limpio y libre de
animalitos espías.
Yo espero pronto salir de aquí. Llevo aquí tres días y ya me
hicieron la base, sólo me faltan los rayos y las luces.
Adelante de mí hay diecisiete personas e imagino que en menos de un día
ya estaré libre. Si no pasa nada malo, te veo mañana por la noche para
elaborar el siguiente plan y completar el grupo en el que sólo faltamos
nosotros dos.
Cuídate mucho, muñe. Inyéctate la metusta y duerme bastante
para que cuando salgas a la calle traigas los ojos bien pelones, ¿va?
Hasta mañana".
Esta carta lo define todo.
Hace más de un año fui adicto a los krankys y lo dejé bajo
amenazas del psiquiatra que no paraba contra mí: "Eres un obsesivo, un
segundón que pretende ser como tu hermano mayor y que lo único que
logras es alejarte de él. Uno más, teniendo una vida totalmente
insípida.
¡Loooser!".
Ya conforme pasaba el tiempo cada vez menos me daban ganas de
salir a comprar krankys en la tienditas. Así me fui
deprimiendo más y más con sus fuertes adjetivos. Pero a cambio de eso él
me alentaba a consumir cerveza. Y sí señor/señorita, lo hice
obviamente porque necesitaba consumir algo.
Ahora he caído en cuenta que fue lo más saludable. Que si
no hubiese sido por el Doc no hubiera salido de ese ritmo de vida
rodeado de krankys. Incluso tal vez ahora ya no la estuviera ni
contando.
En cambio ahora con mi hermano paso más tiempo con él, ya que
como se hizo compulsivo del krankys lo cuido una buena parte del día tres
veces por semana. Ya soy más felíz.
Pero hay algo que me falta. Volviendo a lo de la carta. Y que
ya sé porqué tengo esos cambios en mi vida. Es algo que no había
confesado porque consideré intrascendente y sin importancia:
Estoy por cumplir un año que trabajo en una empresa que me
pagan por regalar krankys a la gente en la calle. Y si a mi jefe, que me
vigila desde un edificio a unos seiscientos metros de distancia, le parece alguna persona que
tenga muy buen potencial, le dispara con escopeta láser de larga
distancia que los inmoviliza para que se los lleven en un carro color
fiucha.
6 de diciembre de 2014
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Se me antojaron unos krankys...
ResponderEliminar